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Dime nene nene que vas a ser...¡cuando seas grande!

Hay un momento en nuestras vidas en que comenzamos a ser el blanco perfecto de las tías preguntonas, de los parientes pregoneros y de los amigos de los amigos de los amigos de los padres. Somos el blanco perfecto para recibir la pregunta más común y al mismo tiempo más trascendente de nuestra infancia; esa pregunta que obliga sin querer una respuesta que, dependiendo de nuestra edad, nuestro medio y cuanta televisión hayamos visto, va a ser más o menos cercana a lo que nuestro entrevistador espera; esa pregunta que no busca respuesta correcta pues es más bien una excusa para tener una conversación con alguien a quien aún le queda tiempo para decidir ese tipo de cosas; una pregunta que por lo demás casi siempre viene de alguien para quien la misma respuesta llego muy tarde; es una pregunta que busca una respuesta que tiene una alta carga de deseabilidad social y que devela, querámoslo o no, lo bien o mal que los padres nos están preparando para la vida. La pregunta es: ¿qué quieres ser cuando grande?

Pregunta infame que los más resueltos compañeros que tenía cuando comencé mi vida académica (jardín infantil “Bechel”, año 1980) respondían con abrumante seguridad: bombero, policía, mago, superhéroe, cazador o astronauta. Siendo ya un poco más grande, la respuesta se complejizaba, pues había una cuota de culpa cuando se optaba por alguna alternativa no convencional, como por ejemplo: músico, futbolista, bailarina o una de las preferidas, una vez más, astronauta.

El paso del tiempo permite que la escuela haga lo suyo con nuestra capacidad de volar, y serán los menos (dramáticamente los menos) los que podrán guiarse naturalmente por la pasión que empieza a tomar forma en sus vidas. La creatividad, la ilusión, los sueños y el ánimo de experimentar, comienzan a ser “podados” por una estructura educativa diseñada para producir reproductores en serie, al más puro estilo fast food dirá Sir Ken Robinson.

Y aunque si bien la escuela aporta con la sociabilización y con contenidos útiles e importantes para nuestra vida en este mundo, no es menos cierto que hemos sido “crecidos” (expresión sureña) por una serie de normas que promueven el pensamiento lineal, reducen la creatividad y premia más en base al temor que a los talentos.

Es así como en buena parte se diluye la tantas veces ensayada respuesta frente a la pregunta que conduce este ensayo y que generalmente, cuando era verbalizada con orgullo, se hacía acompañar por un brillo en los ojos y un estado mental de ligereza.

La búsqueda de una respuesta más o menos confiable para aquellos que nos preguntan cuando niños, se torna tortuosa a eso de la mitad de la adolescencia. Esa época en la que somos más hormonas que neuronas, en donde tenemos por lo general la misma habilidad para tomar decisiones que las que tiene un boxeador al enhebrar una aguja con los guantes puestos, es una época en la que se desatan las pasiones y la búsqueda del bienestar consiste en evitar primero el displacer, para luego entregarse a los fines hedónicos. No hay más, no hay sentido de trascendencia, es el aquí y el ahora en su máxima expresión.

Siendo esta condición una conditio sine qua non de esta etapa particular de la vida, es en donde se forjan con mayor certeza los pilares que van a sostener la concreción de nuestros sueños y aspiraciones. Y así como pueden ser solidos como el Granito, también pueden ser débiles como un simple castillo de arena. ¿De qué depende? Creo que depende de cómo fuimos construyendo los intentos de respuesta frente a la pregunta en cuestión. Cada intento de respuesta nos llevaba indefectiblemente a mirar a nuestro alrededor, a ponderar expectativas, a revisar propósitos, a explorar en nuestras necesidades, pasiones, placeres y virtudes.

Probablemente sin querer, cuando somos interpelados respecto al ser que queremos ser cuando grandes, comenzamos a hilvanar lo que será nuestra vocación y nuestro leitmotiv en esta existencia.

He podido constatar de manera informal pero no por eso con poca seriedad, que una de cada 10 personas, hace hoy lo que antaño declaro como su profesión de grande. He podido constatar que las otras nueve personas (dentro de las cuales sin duda me incluyo) están haciendo en sus vidas cualquier cosa, menos aquellas cosas que siempre desearon cuando niños. ¿Qué nos pasó?

Es inevitable en este punto del ejercicio, no incorporar la variable ya mencionada de la vocación y sumar la variable de la felicidad.

Para referirme tanto a la vocación como a la felicidad, asumiré el riesgo de no entrar en una compilación académica y quedarme con una mirada con un sentido más amplio que es aportada por Sergio Peña y Lillo en su libro de 1989 “Del temor y la felicidad”. En dicho libro señala:


No es posible ser feliz si no se satisfacen los propósitos vitales que conforman el proyecto original de cada existencia: esa verdad profunda que denominamos vocación, que se percibe como un sabor propio en la conciencia y da sentido a los actos de la vida.


En un solo fragmento es posible encontrar armónicamente juntos el concepto de felicidad y de vocación. Creo que no es casualidad.

Muchas personas asumen el costo de la hipoteca de los sueños por un presente tranquilo, ajustado a las expectativas de la sociedad (padres, profesores, amigos, vecinos, mercado, etc.) y provisto de una serie de ortopedias emocionales que nos ayudan a lidiar con el abandono de nuestras pasiones, para proyectar un futuro sobre el cual no existe, paradójicamente, ni una sola certeza.

En mi carrera como psicólogo y docente universitario, he podido leer, oír y sentir a muchos estudiantes (y con muchos considero a más de diez en un curso de 30, cada semestre académico) que no tienen lo que Benjamín Zander describe de manera tan elocuente como ese brillo en los ojos, que permite intuir cuando hay una pasión detrás de un actuar.

Veo estudiantes apagados, desconectados de la realidad real y profundamente conectados con una realidad virtual, que los absorbe y los enmudece, otorgándoles la falsa ilusión de compañía y colectivo.

Me toca ver, en definitiva, muchos estudiantes que no son felices, que no están haciendo lo que querían hacer de niños, que no están viviendo desde su pasión, que están viviendo más bien empujados por las expectativas de otros, que atraídos por aquello que de la vida los pueda enamorar. Cerrados a la experiencia de vivir.

Lo complejo de esto, volviendo al tema de la vocación, es que estamos siendo testigos de la construcción de una generación de personas que van a estar viviendo el sueño de otros, pues no me digan que ser el primer profesional de la familia no es depositar buena parte de las imposibilidades de la historia genealógica, en una sola persona. Van a estar viviendo el sueño de otros en tanto son sujetos reproductores de consumo y no productores de relaciones sociales.

En contrapartida, he conocido también a muchos estudiantes que frente a la pregunta del por qué eligieron la carrera que ya están por terminar, dicen algo así como “porque siempre he querido hacer esto y no me imagino haciendo otra cosa en mi vida”.

Los propósitos vitales, aquello sobre lo que nos invita a reflexionar Peña y Lillo, tiene que ver precisamente con la posibilidad de vivir desde la pasión, desde el significado, con el ánimo consciente de ser feliz, con la claridad y lucidez que da el tener un propósito en la vida.

La importancia de la pregunta que conduce este ensayo, radica en el hecho de que nuestro sentido vital lo comenzamos a experimentar desde que somos muy pequeños. Desde que tenemos la capacidad de explorar y darnos cuenta que hay cosas que nos hacen soñar o bien que hay experiencias que pueden hacer que una hora se sienta como 5 minutos, es que somos capaces de comenzar a delinear nuestro presente proyectando un futuro, teniendo como brújula, aquella que apunta a cualquier norte y no al norte que otros esperan que lleguemos.

Esta pregunta, por muy sencilla que parezca, creo que amerita ser inquirida una y otra vez, como el ejercicio del navegante que mira permanentemente su carta de navegación y que confía en ella pese a perder ocasionalmente el rumbo y tener que lidiar con una que otra tormenta. Es importante compartir esta pregunta y hacérsela a uno mismo cada vez con mayor intensidad, pues nos permite enamorarnos una y otra vez de las elecciones que hemos hecho en nuestra vida. La pregunta entonces es: ¡¿Qué quieres ser ahora, que ya eres grande?!

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